Todo radica
en nuestra posición
en la rueda.
Si excéntrica, entonces
giras y mueves
las grandes poleas
del mundo: la harina
para seguir batiendo
o los telares, para cobijarnos
de la intemperie.
Si en el centro, entonces
contemplas inmóvil
el transcurso aparente
del tiempo en el crujido
del pan y en las casas
erigidas contra la tormenta.
Sólo va de unos centímetros:
la rueda es la misma,
nuestro cuerpo permanece
un tiempo idéntico,
ya sea girando
y moviendo mundos,
ya sea en el centro
mirando mundos
nacer y evanescerse.
Podemos elegir
nuestro lugar en la rueda
pues la rueda no existe,
es una simple nube
de pensamiento fugaz
que construimos para vernos,
una historia para dilatar
el silencio que nos rodea,
un espejismo para celebrar
nuestra incompetencia
para entender el mundo.
Cierras los ojos
y la rueda desaparece,
las existencias encadenadas
se hacen humo, liberándose,
las civilizaciones se derrumban
en ruinas de sabiduría.
Sólo un pensamiento perdura:
deshacer la rueda
deshacer la rueda
y verla partir, diáfano
infante envejecido,
contigo, observador invariado,
anclado en el centro
del vacío ensordecedor
donde nace la música,
el ser sereno que escucha
este epitafio redondo
que rueda y rueda sin cesar
desde un centro remoto
de gravedad impermanente.
Albert Bellmunt
Barcelona, 23.03.25
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