dijous, 18 de maig del 2017

Un océano de palabras


Yājñavalkya (...) Como un bloque de sal arrojado al agua
quedaría inmediatamente disuelto en el agua sin que, 
al parecer, quedara nada de sal que se pudiera recoger y,
de dondequiera que se recogiera, estaría todo salado, así
también este gran ser infinito e ilimitado es sólo puro
conocimiento. Habiendo surgido de esos elementos, en ellos
uno se desvanece. Al morir, no queda consciencia.                                               Así lo afirmo yo en verdad.
                                                                       Brhadāranyaka Upanisad, 2.5.19

Es una mañana soleada, dispongo las palabras sobre la arena. Sin sonido, porque el rumor de las olas les acompaña. Sin espacio, porque el volumen de la luz lo inunda todo. Están cerca de la orilla, pero el agua no llega a besarlas. Ellas descansan en ese lecho de siglos y dejo que tomen el sol, que en su presencia tangible halle solaz la memoria, y que los ecos del amor retornen. Palabras relajadas, que ahora el viento acaricia y poco a poco se confunden y se transforman en otros sones, otras imágenes que surgen recién nacidas en esta mañana atemporal de una primavera inesperada. En el cénit del día, las palabras son crisálidas que desencumbran los recuerdos, son voces nuevas cimbreantes en el corazón de la luz, son volúmenes para otros cuerpos enamorados. 

Ahora las recojo, una a una, delicadamente, y retomo el camino hacia la casa donde vivieron. Pero el camino es otro, no soy yo quien vuelve y no son ellas las que guían mis pasos. Pero retornan a la casa, lo sé. Ahora me llegan desde el jardín los quejidos suaves de las olas que querían acariciarlas, a las palabras, pero ahora ya son otras, son el mimbre de nuevas primaveras, y yo las escucho serenamente. Me siento quedamente a la sombra del acebuche, las dispongo con suavidad sobre la yerba, cierro los ojos y escribo: proa de nuevas formas renacen poco a poco los versos, de este lecho abisal donde retozan los sonidos y las formas, mientras lloran a sus pies las cenizas del antiguo mundo. No hay llanto, ni tampoco alegría, sólo un olor intenso de sal en mis pupilas. 

Una merla recoge los frutos prohibidos del jardín, y canta. Enhebro con ella un collar de palabras sagradas, una cadena alumbrada de postrer sentido, la memoria de la luz o vida. No recuerdo, no deseo, no sueño, sólo sigo el susurro del aire como un soplo inmortal que apaga todo fuego: en el vaivén armonioso de las olas o sus latidos me duermo despierto, me deshago como el salitre en el mar, me abrazo a ti y desaparezco. 

Jardí de Ca n'Alèxia                            © Carme

dilluns, 1 de maig del 2017

Por una rendija de tiempo vuelves...


Parece que nuestra vida se reengancha poco a poco al presente, que nuestros gestos se normalizan, que los actos se encadenan en el transcurso de los días y tejen un sentido al devenir del tiempo, que nuestro tren navega de nuevo por paisajes menos austeros, sin vaivenes, que hay camino y esperanza donde ayer todo era tristeza y desasosiego...

...pero entonces un día...

...volviendo a casa en coche, tras una jornada anodina de trabajo, ves una bandada de aves dibujando en el cielo unas figuras enigmáticas, que te provocan una emoción extraña y desconocida de libertad y, al mismo tiempo, una desolación infinita por una ausencia que te desgarra y te hiere profundamente...

...de repente escuchas en la radio una melodía de una belleza inusitada y, sin poder impedirlo, lloras y lloras desesperadamente, porque esas notas bellas te hablan de ella, son ella misma que vive en el sueño de esas melodías, ella que de nuevo baila un instante en el sendero yermo de nuestras vidas...

...pasas por delante de una escuela en el momento preciso en que unas niñas entran cantando y saltando a clase, las coletas volteando risueñas en el aire, y de golpe regresas, Alèxia, real y precisa, cuando por las mañanas te dejaba en la puerta de la escuela y entrabas tan feliz saltando y cantando por aquella puerta de amor y de conocimiento...

...o estoy paseando por la ciudad una tarde tranquila de verano y veo de repente una familia feliz y segura con sus hijos, hablando y riendo, haciendo planes de futuro, abrazándose él a su madre, ella a su padre, confiadamente, y este devenir sencillo y tierno de vida me atropella y me desgarra, me vence un desasosiego inmenso por no tenerte conmigo, por no poder decirte lo mucho que te queremos, lo que daríamos por ser unos instantes esa familia paseando tranquilamente una tarde cualquiera de un verano inolvidable...

Alèxia, hija mía: yo te escucho siempre respirar quedamente detrás de una puerta invisible, donde no existe la ausencia porque no existe el tiempo, una puerta entornada con sigilo, que no puede cerrarse para siempre ni abrirse de par en par, porque tu luz nos cegaría...

...una pequeña puerta donde vives detrás, agazapada, esperando ese momento, inesperado siempre, cuando por unos instantes vuelves y nos dices que el amor existe, cuando te cuelas por unas rendijas que el tiempo se deja abiertas, olvidadizo, y nos dices, delicada y sabiamente, que el tiempo de la ausencia no ha llegado todavía...