dimecres, 8 de febrer del 2012

Ven, niña, ven

A los pocos días de declarársele la enfermedad, escribí a Alèxia un poemilla para animarla: Ven, niña, ven. Los primeros tratamientos fueron brutales, me daba miedo que ella se abandonase a la enfermedad, y le invitaba en el poema a seguir caminando, a no desfallecer en el camino. La vida tenía que darnos mucho todavía, quedaba mucho por descubrir, y aquel tren imaginario nos llevaría por esos parajes vírgenes, era, en definitiva, una invitación al viaje. 
A ella le hacía mucha gracia el texto, en especial la parte del tiovivo de colores, de caballos vencedores. A mi ahora me recuerda mucho la tarde aquella, casi un año más tarde, en que Alèxia quiso ir al Tibidabo, después de haber conocido, con entereza, el mazazo de su recaída. Le pidió permiso a su doctora, a Susana, le rogó una tarde libre, la última, antes de ingresar de nuevo para seguir luchando contra la maldita enfermedad. Era finales de junio, habían acabado las clases, era muy poco antes de Sant Joan. Y aquella tarde Alèxia se lo pasó tan bien en la montaña mágica, vivió tan a fondo aquel tiempo regalado...
Durante el transcurso de su enfermedad, conforme iban pasando los meses, fuimos viendo que, en lugar de nosotros animarle a ella, era Alèxia que, cada vez más, con su fuerza, sus ganas de vivir, su madurez, su sabiduría al fin y al cabo, nos invitaba a no desfallecer, a jugar, a vivir el tiempo que tocaba a cada instante, a aceptar y con ello, poder luchar con fuerza en aquel duro desafío. Fue el tiempo profundo de la vida, de ese tren imaginario al que yo le invitaba subir desde el poema, y desde el que ahora ella nos susurra seguir, nos pide, fervientemente, que no abandonemos. Un tren sin cables ni vías, el tren de un amor que no se agota. 
De nuevo para ti, Alèxia, aquella pequeña canción: 
Ven niña, ven
Ven, niña, ven,
que subiremos al tren
y un mundo maravilloso
alentará nuestros ojos
Pasa, raudo, el paisaje,
el sol, el río y los sauces,
pasan los días y los años,
cada momento es sagrado
Ven, niña, ven,
que subiremos al tren
y surcaremos los mares
de alabastros y corales
Rozaremos los cielos
las estrellas del firmamento,
las montañas y los valles,
el calor de las ciudades
Ven, niña, ven,
que subiremos al tren,
un tren que camina
entre mares y orillas
Da vueltas y nunca vuelve,
sube, baja y no duerme,
tiovivo de colores,
de caballos vencedores
Ven, niña, ven,
que subiremos al tren...
Tus ojos, todo bondad, 
me miran:
¿un tren sin cables 
ni vías?
Ea, niña, venga,
¡que es el tren de la vida!
Sant Joan de Déu, Julio de 2007