dimarts, 24 de desembre del 2013

La otra lotería


Recientemente la Fundación Carreras ha publicado un vídeo que refleja exactamente lo que yo denomino, con relación al cáncer infantil, el concepto de lotería inversa:


¿Es un vídeo pertinente para estos días? ¿Políticamente incorrecto? ¿Molesto? (para aquellos a los que no les ha tocado el premio gordo)

Pues sinceramente, no lo sé, porque se puede reaccionar de muchas maneras. Y ahora a son de qué vienen a fastidiarnos éstos las navidades, por ejemplo. O bien, mira que son morbosos estos de la fundación...pero también es un spot que puede concienciar, por su planteamiento dual (placidez de la navidad - la enfermedad no conoce la inocencia), sobre la existencia de una realidad que en verdad se desconoce, aunque se hable mucho en los media, porque toca a muy pocos.

Es una realidad cruel, por lo injusto de la enfermedad (lo siento por atribuir un juicio moral, pero no puedo no hacerlo), y porque nos recuerda que estos días muchos niños y niñas vivirán las navidades en un hospital infantil o, en el mejor de los casos, en casa con su familia, en una tregua que les haya dejado vivir el día a día de su enfermedad.

Más allá de las reacciones emocionales, o viscerales, el vídeo de la fundación, la idea de la lotería inversa, es mucho más profunda de lo que a primera vista sugiere. La enfermedad infantil como fruto del azar, el sufrimiento y el dolor como parte de esta lotería misteriosa de la vida, lleva a plantearse la naturaleza ontológica (o no) del mal: ¿la enfermedad simplemente como parte, intrínseca, del azar? ¿el cáncer infantil como una estadística necesaria (y fatídica), como la cara reversa y oscura del misterio de la existencia, de que exista algo en lugar de nada?

Nada de ésto nos puede consolar a los padres huérfanos de un hijo o una hija, porque cuando la naturaleza rompe los ciclos del tiempo, y el amor zozobra, el cuerpo sigue luchando por poder volver a verlos, aunque sólo sea un instante muy breve, y se desespera, noche tras noche, cuando sólo en sueños recupera a veces lo poco que le queda de este terrible naufragio. 

Pero llega un día en que amaina la tempestad del desespero, un día, cuando mirando el mar, vemos mecerse el agua serenamente, y sentimos cómo las olas acarician con suavidad la arena de la playa, bajo el sol todavía débil del invierno, e intuimos que, finalmente, es mejor dejar que las cosas fluyan. 

Que no había culpables, que nada era necesario y todo era posible, y que todo juicio moral se hunde en la amoralidad del azar, que asoma liviano y sigiloso, poderoso y temporal siempre, en las pequeñas bolas de esta inmensa lotería. Una lotería de la que todos somos jugadores empedernidos, jugadores viscerales, el fruto casual de su indulgencia. 

Pero una lotería también contra la cual se puede luchar cuando el azar yerra y ataca a los más inocentes, porque tenemos el recurso último de modelar el azar con nuestras propias manos: doblegar un destino que no era definitivo, nuestra libertad última, intrínsecamente humana, de rebelarnos frente al dolor y la enfermedad, con las armas de la investigación y la comprensión, tozuda, de las causas últimas de las enfermedades.

Como reza el final del spot de la Fundación: no esperes a escuchar tu nombre.