diumenge, 15 de març del 2015

Un viaje en bicicleta (o como sobrevivir a la muerte de una hija o un hijo)


Apenas recuerdo el día en que aprendí a ir en bicicleta, sólo me parece recordar que era verano, una tarde rezagada del mes de agosto, una de aquellas tardes sin tiempo de la infancia, cuando aprendíamos a vivir sin la urgencia del deber o el miedo a lo desconocido. 

Lo que sí recuerdo es el instante de felicidad y plenitud que sentí en aquel momento, aquel día cuando de repente, y sin solución de continuidad, vi que podía seguir, que me mantenía en marcha, que esa misma adrenalina me obligaba y me daba al mismo tiempo fuerzas para sentir el aire fresco en la piel y el gozo del equilibrio recién logrado, la libertad de conducir por fin mi bicicleta por las calles polvorientas y tranquilas del pueblo.

Ahora, esos momentos de titubeo sobre la bicicleta, las caídas constantes o los recorridos zigzagueantes hasta poner el pie de nuevo a tierra, e intentar volver a pedalear y engancharse en el camino, me recuerdan los difíciles pasos, las esperanzadas ansias de seguir y no poder muchas veces mantenerse en equilibrio, de los padres que hemos perdido una hija o un hijo, y que intentamos seguir viviendo, a pesar de todo.

Muchos días el trayecto es muy difícil, el viaje es corto, de pronto tras una curva ves a tu hija en un recodo del camino, jugando feliz en un tiempo quieto, y pierdes el equilibrio y caes de bruces, otros días el camino hace tanta pendiente que no puedes continuar, piensas lucharé como ella, intentaré vencer pero abandonas y dices, como el poeta, no puedo más, aquí me quedo, no puedo seguir en el camino.

Otras tardes la senda es llana, coges velocidad y el aire te despierta los sentidos, y plácidamente recuerdas aquellas tardes de verano con ella, cuando corría tan alegre por los campos y todo era posible, estar juntos, sonreír, dar de comer a los cervatillos, esperar que algún avecilla de aquel bosque umbrío se posase en nuestras manos, caminar juntos a la vera del lago, correr en las cañadas sintiendo el agua cerca, todo felicidad y presencia pura…

Otros días el camino sube y baja continuamente, no hay tregua, no hay pensamientos seguros, quisieras tenerla pedaleando contigo a tu vera, su voz, sus olores vuelven y te embriagan, y de pronto la bicicleta se embarranca en la arena de la playa, y has de hacer una fuerza descomunal para poder salir y mantenerte en pie más allá del mar, más allá del espejismo cruel de verla y sentirla como antes y no poder abrazarla, decirle lo mucho que añoras no poder seguir haciendo el camino juntos…

…y hay días tan felices, cuando por unos instantes volvemos a estar juntos sin el recuerdo del tiempo, suele ser en sueños, sabemos que son instantes robados al mundo, pero todo es como antes, imposible pero real a la vez, es muy difícil explicarlo, tenerla contigo de nuevo y disfrutar de esa tremenda plenitud que creías perdida para siempre, antes de despertar parece que la bicicleta no rueda sino que vuela por el camino…

Volver a aprender a ir en bicicleta y olvidarse del pasado en el intento, no recordar que un día pudimos pedalear por vez primera, pero saber que un día sucederá, que seremos capaces de volver a saborear el equilibrio, la libertad recién nacida para nosotros.

Todo sucederá de golpe, como por milagro…ahora sólo espero y busco ese día, cuando aprenda a ir de nuevo en bicicleta, y ella me acompañe a mi vera, sin saberlo.

El día en que ella me dio prestadas sus alas para seguir en el camino.