dissabte, 7 de maig del 2011

¿Superar la adversidad?


¿Superar la adversidad? ¿Superar la muerte de una hija? Después de vivir y revivir todos estos meses sin Alèxia, de leer libros, ver documentales, hablar con unos y con otros de nuestros sentimientos y carencias, escuchar consejos y escuchar silencios, vivir en la alegría de los demás su olvido de nuestro dolor y nuestra pena, después de convivir continuamente con este dolor no deseado, de pensar en la resiliencia con resignación o esperanza racionales, hablar y hablar para no reventar de pena, ver como se van espaciando las llamadas de los que estuvieron los primeros tiempos con nosotros, después de poetizar la pena o desnudarse en la red sin pudor alguno, de grabar para el recuerdo la historia de sus bailes o la belleza de su música, de filmar las sombras del desierto con la fuerza de su vida y de su lucha, después de sacar fuerzas de no sé qué lugar escondido y secreto, después de tantas y tantas cosas que te fuerzan a vivir el sinsentido de tu vida en el sentido único de un presente sin memoria, yo proclamo: la muerte de una hija, o de un hijo, no te puede hacer mejor nunca. Es mentira. Es consolación. Es alienación. Es racionalización de la pena. No se puede fundar la felicidad y el crecimiento personal en el dolor, o en la superación de ese dolor tan íntimo.
Puedes decidir vivir, o morir, o malvivir los años que te queden. No hay más opción, sólo tres alternativas. Solamente te queda la libertad de elegir, y elegir salir o no salir del fango donde te sumerge la ausencia de tu hijo o hija. Sino, quedarse en el camino, y apagar tu voz en el olvido. Pero si quieres salir, sólo te mueve reconocer la fuerza de tu elección, la lucha contra el destino adverso, como luchó tu hija o tu hijo, seguir su ejemplo y llevar su voz y su vida hasta donde no llegaron ellos. Pero esa fuerza no te hará mejor nunca, ni te llevará a un estado superior de felicidad. No te engañes, no busques en la desmemoria la superación de tu desgracia: el aprendizaje tras una tragedia no le da sentido a esta tragedia, simplemente te dice que has hecho uso de la última libertad que te quedaba. 
Vivir, o morir (metafóricamente o realmente). Y has elegido, te has humanizado un poco más, y has dado sentido a tu elección en la lucha por vivir que guió a tu hijo o hija hasta el último momento, pero no le has dado sentido a su muerte. 
No había ni hay ningún por qué, ni ningún para qué, en la muerte del ser más querido
Como contestó recientemente Luis Rojas Marcos a la pregunta ¿Verdaderamente se aprende de una desgracia? en referencia al crecimiento postraumático: 
Hay autores que dicen que el crecimiento postraumático o el aprendizaje tras una tragedia es una justificación, que no es real. Habría que ver si después del trance esa persona es más feliz o más productiva, y medirlo. Eso se está empezando a hacer pero aún no está resuelto. Mucha gente te dice que después de superar una tragedia se sienten mejores personas. Que sus relaciones con los demás son más favorables, que están más tranquilas, valoran más el sufrimiento de los demás o que han descubierto fuerzas que no sabían que tenían. Es frequente que digan que valoran pequeñas cosas que antes pasaban por alto. Pero si tú le pides a una madre que elija entre todo el aprendizaje conseguido a raiz de la pérdida o recuperar a su hijo, siempre te dirá que preferiría no haber aprendido nada y volver a tener su hijo. Aprendemos de la lucha y descubrimos cosas. No es el sufrimiento en sí lo que hace crecer, sino descubrir que tienes esa fuerza y la capacidad de salir adelante y cambiar las prioridades. Dicen que en la vida nos tocan dos tragedias por cabeza como media, tampoco son tantas...y uno aprende.    (Magazine de La Vanguardia, 1 de mayo de 2011)
Como también dice Elisabeth Kübler-Ross
Al pasar un duelo, pensamos por error que podemos dejarlo todo terminado, pero el duelo no es un proyecto con un principio y un fin, es el reflejo de una pérdida que nunca desaparece, sólo aprendemos a convivir con dicha pérdida. El lugar donde encaja el dolor es algo individual y, a menudo, se basa en hasta dónde hemos llegado al integrar la pérdida. 
Yo creo que el objetivo aquí es amar y ser amados y crecer. Y, tras decir ésto, no existe un dolor mayor que el de la pérdida de un ser querido. Siendo testigo de la vida, he aprendido que todo el mundo atraviesa dificultades. La adversidad sólo te hace más fuerte. La vida es dura, la vida es una lucha, como ir a la escuela donde recibes muchas clases: cuanto más aprendes, más difíciles son las lecciones.
                                                                                            (Sobre el Dolor y el Duelo, Luciérnaga, Marzo de 2010)